“Amar a Cuba en la encrucijada de Dos Ríos” por Janisset Rivero
Amar a Cuba es agridulce, siempre lo ha sido. La lucha entre la desesperanza y la promesa, la traición y la honradez, la violencia y la fecundidad, la desilusión y el coraje. Intuyo que esa mañana del 19 de mayo de 1895, el corazón de José Martí era un enjambre de sentimientos y de sueños, de sinsabores y de obstáculos, que al final confluyeron en la decisión de permanecer y luchar, y avanzar en la idea, diáfana para él, de la República.
La gran metáfora que nos dejó Martí aquella tarde de mayo en la encrucijada de Dos Ríos llega intacta hasta nuestros días.
A pocos días de la histórica reunión en La Mejorana, aún con el amargo sabor de aquella plática en la que Martí no le pudo “desenredar las palabras” a Maceo, y en la que se tensaba el mando militar sobre la idea civil de la República, Martí entendió que debía ganar méritos en el campo de batalla, para que en la hora postrera de la libertad, prevaleciera la idea civilista y se salvara a la Cuba libre y naciente del peligro caudillista y autoritario.
Martí que había sido nombrado Mayor General del Ejército Libertador por el propio Gómez poco después de haber pisado tierra cubana, era llamado “Presidente” por la tropa y los campesinos como muestra natural de su carisma y siendo el modo que tenían de reconocer su esfuerzo, pero él sabía que debía ganar esos méritos en el campo de batalla para poder luego defender la idea civil de la nación.
¿No es acaso la raíz de aquella tensa conversación en La Mejorana del 5 de mayo de 1895, la misma raíz de las desaveniencias durante la Guerra de los Diez Años entre Céspedes y Agramonte?
En el transcurso de la historia contemporánea de Cuba, durante los años republicanos, las dictaduras de Machado y Batista, y ahora el régimen comunista de los Castro, la pregunta lanzada en Dos Ríos permanece enhiesta. Durante los breves años entre el 1940 y el 1952 en los que la República se levantó y floreció, las ansias de poder, el caudillismo y el militarismo, no dejaron de rondar y enconar su ponzoña.
Los que soñamos aún a Cuba, libre e independiente, República en su constitución y espíritu, hemos de retomar esa pregunta, tal vez nos tocará responderla, de una vez y por todas, al final de esta larga noche.
Él, desde su circunstancia material, había decidido ya, al menos un camino, y lo abrazó. Amar a Cuba, en la encrucijada moral y cívica, en la dureza de la guerra y el dolor, y que la República nueva fuera guía impercedera para las generaciones del futuro. Hace ya 60 años, la República martiana fue arrancada con violencia y muerte de las manos de un pueblo que ha luchado tantos años y contra tantos obstáculos, sin dejar de creer, pero no han logrado arrancarla de nuestro corazón. Como un río invisible, corre debajo de la tierra cubana, irrigando la tierra nueva.
Martí, el poeta que fue feliz esos últimos días de su existencia como un niño mirando a las estrellas en la madrugada cerrada, o describiendo la seda del agua de los ríos y la humanidad y cariño de los que le recibían y querían en la sencillez de su bohío; Martí, el estratega y organizador que supo aunar voluntades y prender la esperanza donde había cansancio, y se las ingenió para convencer gobiernos extranjeros y recaudar recursos de disímiles formas para la “guerra necesaria”; Martí, el hombre, que en su profunda humildad lanzó esta pregunta, aquella tarde recién estrenada de mayo, en la encrucijada de Dos Ríos, aún aguarda, en la distancia espiritual de la Patria soñada, nuestra respuesta.
Janisset Rivero